Cabalgando sobre paso fino hacia la anarquía

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Por: Jose Rodríguez

En algún momento le leí a Jeannette Amorocho, una prestigiosa jinete en Colombia en los años 80, afirmar que, “el desarrollo, evolución y progreso de cualquier país y por supuesto del mundo, contaron y han contado con un elemento primordial, cuya ausencia determinaría un actual retraso en el progreso orbital, que sería incalculable. Ese elemento fundamental, sinónimo de fuerza y progreso, de andar elegante y gracioso, poderoso y servicial, no es otro que el caballo”.

El caballo, nadie lo puede negar, ha estado presente en todas las etapas de la evolución humana, y Colombia desde la llegada de Cristóbal Colón a nuestras tierras, no ha sido la excepción.

En nuestra ciudad, el caballo sigue siendo herramienta fundamental en el trabajo y movilidad. No en vano, en pleno Siglo XXI, con el auge de la tecnología, vemos como muchos se rebuscan la vida con la retrógrada actividad que abusa de la tracción animal, ya sea para la movilidad de carga, o para seguir pareciendo una tierra que aún es mancillada por los españoles y sigue creyendo que los coches son una muestra cultural de Cartagena.

Entonces, apelando al regocijo y la celebración, tal como sucede en una feria y celebraciones locales, que normalmente inician y concluyen con una cabalgata, en Cartagena contamos con nuestras propias cabalgatas. La primera es la de las Fiestas de La Virgen de la Candelaria, cuya fecha tradicional es el 2 de febrero; y la de Las Velitas de la Inmaculada Concepción, el 7 de diciembre por la noche.

Esta última con poca recordación en mis vestigios de joven al garete y explorador, de todo aquello que estuviera relacionado con el trago y el desorden. No como pasó con La Candelaria, donde tuve la oportunidad, no sólo de disfrutar, si no también de ver cómo la pandemia mermó la celebración, la misma de subir a La Popa a caballo para las novenas, tradición que dio paso a hacer una sola cabalgata el 2 de febrero, pero por una ruta plana, usualmente entre Bocagrande y la Ermita del Pie de la Popa, con algunas variaciones menores de un año al otro.

Además de ser un espectáculo que nos gusta a muchos, las cabalgatas tienen a su favor que son una tradición, como ya se ha dicho. También son un factor económico, y en particular, de generación de empleo, para los dueños de caballos, y son la razón de ser para tener sus animales. Cuidarlos es una labor, a diferencia de la ganadería, muy intensiva de mano de obra, especialmente importante para un sector tan deprimido como el campo.

Según entiendo, y por lo poco que he leído y escuchado de algunos amigos caballistas, las pesebreras emplean profesionales para montar y entrenar los caballos; otras personas para asearlas; hay especialistas para ponerles las herraduras y para fabricar aperos y monturas; los camioneros deben llevarles de forma periódica las ‘camas’ sobre las cuales duermen, y cuentan que usualmente deben aplicar cascarilla de arroz, aserrín o viruta de madera, que una vez usada se convierte en abono; y por supuesto, se les suministra pasto picado y cereales concentrados. Proporcional al área que ocupan, las pesebreras emplean muchísima más gente que la mayoría de las actividades del campo. Entonces, es imposible negar que las cabalgatas, los caballistas y todo el comercio alrededor de la actividad económica con la que se benefician cientos de personas, tenían razones suficientes y de peso para que se llevara a cabo la cabalgata del 7 de diciembre, en el tradicional día de las velitas.

Ahora bien, amén de lo anterior y contrario a las razones que muchos expusieron en redes sociales para afirmar que no se debió hacer, “disque” porque “es una actividad que representa la cultura traqueta”; porque “no le deja nada a la ciudad”, lo cual me parece respetable pero atrevido, a mi si me parece que Cartagena no está en condiciones para andar inventando hacer cabalgatas, y doy mis razones:

Según el más reciente informe de Calidad de Vida de Cartagena Cómo Vamos, Cartagena es una ciudad a la cual no le cabe un vehículo más; que en más de 9 años no se le hacen nuevas vías; que el 26% de la malla vial se encuentra en mal estado (478,4 kilómetros carriles), no se puede dar el lujo de taponar, de buenas a primeras, una de las principales arterias viales como lo es la Avenida Santander, pleno martes de velitas a medio día.

Tenemos un parque automotor que aumentó en el 2020 (año de pandemia) 2140 vehículos más que el año anterior, y a eso súmenle que ya estamos a 22 días que acabe el 2021.

Según Ramon Torres Ortega, ingeniero civil con maestría en vías terrestres y docente de la Universidad de Cartagena, expuso que el gran problema que tiene la ciudad obedece al desequilibrio entre la demanda y la oferta vial. “La demanda está dada por el flujo vehicular y la oferta está dada por las vías que tenga la ciudad para cubrir esa demanda (el número de vehículos circulando en una unidad de tiempo). Desafortunadamente, ese desequilibrio conlleva a los embotellamientos que se presentan todos los días. Ya no existe ningún día o ningún horario para que haya congestión y ya no está limitado única y exclusivamente a las horas pico, sino que en cualquier momento se presenta congestión en alguna de las vías de la ciudad”

Cartagena hoy cuenta con un sistema de semaforización funcionando a medias. Sólo es salir a recorrer las calles de la heroica y darse cuenta que la gran mayoría de los semáforos no sirven o no son funcionales. Entre otras cosas, desde que en Cartagena comenzó la nueva era del alumbrado público a cargo de EPM, se indicó que el sistema de semaforización de la ciudad sería operado por el Departamento Administrativo de Tránsito y Transporte (DATT), como lo indica la normativa, pero hoy ya sabemos qué pasa… NO FUNCIONAN.

Lo anterior es un ápice de las tantas razones, pero también agréguenle que el SITM no da abasto para la demanda y la oferta no es que sea la mejor.

Hasta el 2019, en Cartagena habían matriculadas 67.466 motocicletas, sin incluir las motos flotantes que entran diariamente a ejercer la actividad ilegal del mototaxismo de los municipios aledaños, que podría decirse que hacen parte de un Área Metropolitana imaginaria. Es decir, hay que incluir el caos que también genera la actividad, que disminuye el desempleo con informalidad, pero aumenta el desorden.

A 2020 se contaba con 163 agentes de tránsito, y a falta de más agentes, la Direccion del DATT quiso apaciguar la carencia de personal operativo, incluyendo 24 facilitadores de tránsito, cosa que veo ineficiente, pero, peor es nada. Sin recordar que llevamos años sin refrendar un convenio Inter administrativo con la Policía Nacional, para que sean los “verdes” los que rueden en las calles de la heroica y ayuden con el orden.

Además de la pandemia, a la que ya poco o nada le prestamos atención, lo anterior es un mínimo de razones que tengo para decir que esta ciudad no debe estar pensando en cabalgatas, más aún, porque seguimos pareciendo una “finca Asfaltada”, pidiendo orden en una ciudad imaginaria.

Adenda:

Cabe resaltar que cuando el Honorable Concejo de Cartagena al aprobar en el 2018 vía acuerdo estas dos cabalgatas, tomó las medidas que antes no existían para tratar de minimizar los aspectos negativos. Prohibió que los jinetes consuman bebidas alcohólicas, lo que debe agilizarlas y evitar el maltrato animal. También anunció que sus reglas intentan “garantizar el orden y la salubridad pública, la integridad y seguridad de los participantes y espectadores; el bienestar de los animales, la sana convivencia, la conservación de los bienes públicos y la tranquilidad ciudadana (…) sin que se vean afectados los derechos a la libre movilidad (…)”

Esto último, no ocurrió.

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